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Julio Llópiz-Casal: “La libertad de unos a costa de la falta de libertad de otros, es la verdadera dictadura”

Julio Llópiz-Casal es un artista visual cubano. Cree en la simbología de las imágenes y en la fuerza del diálogo y del discurso como estrategias activas para enfrentar a un poder omnipotente —como lo es el del Estado posrevolucionario en Cuba—. Ha sido (y es) protagonista directo de uno de los grupos de formación cívica democrática más relevantes de las últimas décadas: el 27N. Ha alzado su voz de manera pública contra los atropellos y abusos de la autoridad gubernamental. Ha sido arrestado de manera arbitraria, vigilado, golpeado.

LLópiz-Casal no ha cometido ningún delito, pero vive hoy en Cuba como si lo hubiese hecho, o peor, en ese estado perpetuo de custodia por parte de quienes intentan sepultar a aquellos que tienen voz propia. Su entereza, inteligencia y jovialidad le permiten posicionarse en un estadio diferente, donde están los justos, pero no por eso exento de sufrimiento. Lo que considera “su deber” resulta de una fuerza y limpieza absolutas. Con Julio Llópiz-Casal conversamos acerca de qué significa articularse por y para Cuba.

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El 27N se gestó el 27 de noviembre de 2020 luego de que un aproximado de 300 personas se reunieron en las afueras del Ministerio de Cultura, en La Habana, para oponerse al desalojo de la sede del Movimiento de San Isidro que había ocurrido la noche anterior. Se define[1] como “una comunidad abierta, diversa, impulsada principalmente por jóvenes artistas e intelectuales, reunida por el azar y cohesionada por el deseo de construir un país más digno y justo para todos los cubanos”. Especifican que su constitución es horizontal y que ponderan el debate y el consenso para responder a la diversidad y heterogeneidad de sus miembros. Asimismo, aseguran: “No somos una organización o movimiento político sino cívico, contamos con la creación artística y el trabajo intelectual como principales herramientas”.

Basa su existencia en el principio político y jurídico que recoge la Carta Internacional de los Derechos Humanos y en la Constitución cubana. Le exigen al Gobierno de la Isla “que se haga responsable en su administración de escuchar a la ciudadanía y que fomente la paz y el respeto a nuestros derechos”; exponen una serie de presupuestos que modelan cómo y por qué desean que Cuba se convierta en “un país inclusivo, democrático, soberano, próspero, equitativo y transnacional”.

Sus principales demandas son: libertades políticas, libertades económicas, legalización de medios de comunicación independientes y derecho de asociación.

La actividad cívica en Cuba es normada y controlada. Desde la primera enseñanza a uno le indican a qué acto debe ir, qué canción se debe cantar, qué pancarta o idea se debe defender. Uno de los destrozos más bellos que creo logró la concentración del 27 de noviembre de 2020 fue ese: vivir la experiencia del deseo a participar por voluntad propia —en una protesta pacífica, además, por el desalojo en San Isidro—. ¿Cuál es tu percepción al respecto?

Lo que viví ese día fue muy parecido a algo que solo estaba en mi imaginación: asistir a un acto colectivo, cívico y de libre expresión en Cuba sin que estuviera mediado o coordinado por ninguna de las instancias estatales. Nunca pensé que viviría algo así.

Fue muy hermoso percibir, aunque por un tiempo finito, cómo cientos de personas formaron parte de un mismo gesto signados por lo que tenían en común y no por aquello que los diferenciaba. Esto era el deseo de que en Cuba el Estado respete el derecho a la libertad de expresión de todos los ciudadanos.

Vi, además, a personas, que sé que no simpatizan en lo más mínimo con el Movimiento San Isidro (por racismo, por diferencias estéticas y políticas), unirse a otros en un mismo reclamo; superaban diferencias y focalizaban cuestiones que política y socialmente afectan a todos los cubanos por igual.

Con la institucionalidad cubana, sabemos, es imposible dialogar desde una posición antagónica, por lo que también considero como sin precedentes la “conversación” con el viceministro de Cultura Fernando Rojas, ese 27 de noviembre. Si colocamos en perspectiva aquel “diálogo” ¿qué te enseñó, o cómo te cambió, como individuo? ¿Puede afirmarse que, para ti, ese momento fue un punto de quiebre en relación con tu participación ciudadana y con tu colocación en el imaginario de la Seguridad del Estado (SE) como alguien a quien debían vigilar?

Te confieso que la hostilidad por parte del poder, que ha sucedido desde ese día hasta el de hoy, ha sido imaginable para mí por muchos años. Lo que sucede es que hay una gran diferencia entre imaginar y experimentar.

Haber vivido esto me ha enseñado, más bien corroborado, que el Estado cubano, a través en este caso del Ministerio de Cultura como vocero, está dispuesto siempre a sabotear, a no transigir, a no entrar en una dinámica de intercambio con la sociedad civil, a mentir y a manipular los hechos, con tal de mantener el poder absoluto, así sea por la fuerza… sobre todo por la fuerza.

Obvio, para muchos ese 27 de noviembre propició la vigilancia sistemática y la apertura de expedientes y casos de seguimiento dentro de la Seguridad del Estado. En mi caso particular, comenzó meses antes, a raíz de que empecé una relación de pareja con Luz Escobar (reportera del diario digital 14ymedio). Tengo constancia de amigos y familiares que fueron desde esos días iniciales molestados por la SE, que ha extendido entre muchas personas la idea de que soy un traficante de drogas y un connotado consumidor, argumento falso de principio a fin, por supuesto.

Escribió Said que los intelectuales, en especial, no pueden permitir que ni los Gobiernos ni las instituciones los domestiquen. Este es otro punto polémico en la historia cubana, el papel del intelectual, los intelectuales desterrados y los intelectuales orgánicos. Al interior del campo intelectual cubano actual, donde pugnan, aunque con capitales desiguales, viejas y nuevas generaciones ¿cómo percibes esa disensión o esa dicotomía?

Esa idea de Said debía estar grabada o esculpida a relieve sobre muros y suelos cada 100 metros aproximadamente, para que a ningún intelectual o artista se le olvide.

La cultura cubana, desde hace casi 100 años, padece una desgracia de raíz que ha limitado mucho su plenitud y sus posibilidades.

Por ejemplo, la vanguardia intelectual y artística de principios del siglo XX, se frustró y no fraguó debido al exceso de deberes que se dejó imponer y el cómo permitieron que colores políticos e ideologías jugaran un papel demasiado determinante.

En los días de la Revista de Avance (cuyo primer número se emitió en 1927) una discusión de base estética terminó capitalizada por otro tema: se insistía, de modo furibundo, en que las artes y letras cubanas tenían la responsabilidad de construir la identidad nacional. Pienso que eso es un disparate y un abuso. A una comunidad creativa, en el contexto que sea, no se le puede exigir algo tan ambicioso. Que la cultura cubana haya sido y sea maltrecha, debido a los tantos procesos violentos, colonizadores y autoritarios a que ha sido sometida la vida cotidiana, es un tema de discusión y una cuestión que se debe resolver; pero el campo de la creación no tiene la posibilidad ni la obligación de solucionar esa falta, por encima del comercio o de la ciencia. Eso contribuyó al deceso de nuestro primer proyecto colectivo de vanguardia.

Por otro lado, fueron decisivas en los días de la revista, las diferencias entre Juan Marinello (intelectual comunista) y Jorge Mañach (intelectual liberal), dos de las figuras más prominentes nucleadas en torno al proyecto. Creo que las personas, más aún los intelectuales, deben asumir su ideología como guía fundamental de su comportamiento cívico; pero a la vez me parece contraproducente establecer una conexión umbilical de dependencia entre color político y posicionamiento estético, porque eso solo conduce a radicalismos, histerias e intransigencias, que socavan el trabajo colectivo.

En los últimos 62 años la politización de la vida cotidiana en la Isla, y sobre todo de la actividad cultural, ha alcanzado proporciones obscenas. En primer lugar, desde su mismo inicio la Revolución cubana destruyó la sociedad civil tal cual la entienden los países democráticos. En Cuba las personas que se posicionan de modo contrario, paralelo o alternativo a lo que el Estado pauta, son arrojados de inmediato al desamparo legal y al ostracismo social. La Seguridad del Estado tiene carta abierta tanto para fabricar delitos a discreción —con implicación de las autoridades policiales y judiciales—, como para amenazar a familiares y amigos de la persona estigmatizada por el simple hecho de tener contacto con ella.

Se crean así las condiciones perfectas para que todos sepan que posicionarse de modo diferente a lo que el Estado impone, implica entrar en un bosque oscuro y peligroso que trae graves consecuencias para sus integridades físicas y psicológicas. Así es como los abyectos justifican su cobardía, haciéndola pasar por sensatez. Así los empresarios indolentes se hacen de la vista gorda ante lo que en Cuba pasa, con tal de hacer negocios con su Gobierno. Así, personas de izquierda, nostálgicas y egoístas, de todo el mundo, establecen relaciones de conveniencia con el significado caduco de la Revolución cubana, y justifican la represión con tal de sentir que una pequeña isla del Caribe le hace frente al imperialismo yankee.

La vida intelectual y artística cubana está signada por todo eso, y los miembros de esta comunidad lo saben, o al menos deberían saberlo. Hay conflictos de tipo generacional, que pasan, más o menos, por el hecho de que los longevos dedicaron parte de su energía creativa a defender un ideal y que los jóvenes tienen interés en replantear ese ideal. Pero es mucho más complejo, porque hay personas en el invierno de su vida a favor de cambiar y de generar sinergia colectiva ante el desastre; del mismo modo hay gente muy joven dispuesta a justificar la falta de libertad de unos en nombre de la de otros. Todo se trata, en lo fundamental, de cómo el sistema se impone, compra lealtades y castiga. El conflicto es más político que generacional.

Cuando has escrito que crees en el 27N, ¿a qué te refieres?

A que creo en las posibilidades que brinda establecer relaciones en un contexto a partir de lo que tenemos en común y no a partir de lo que nos diferencia; te dije algo así en la primera pregunta. El 27N no es ni un partido político, ni una coalición, ni una ONG. El 27N es simplemente una comunidad de intereses que llama la atención sobre cómo un grupo de personas quiere exigirle al Gobierno cubano que respete el hecho de que todos somos diferentes, todos tenemos perspectivas distintas sobre lo que Cuba es y que, sobre todo, eso no quiere decir que somos mercenarios o queremos desestabilizar el sistema.

Creo firmemente en las posibilidades que de ese espacio de intercambio pueden surgir, aunque no se da debido a que el Gobierno, a través de la Seguridad del Estado, los hostiga y los aterroriza. En Cuba, un país en que está todo por hacerse, ese es un buen punto de partida.

Por arduo que resulte de entender aún es difícil que quienes se oponen a cierto estado de cosas en Cuba, no presupongan que se trata de una empresa tortuosa con disímiles evidencias de terminar en un daño personal y privado irreversible. Creo que en ese proceso participa no solo un compromiso personal, sino una restructuración interna de emociones y de manejo de esas emociones —que en definitiva son pieza fundamental en el impulso de la acción—. ¿Has sentido miedo? ¿Qué sientes? Quisiera que, pensando en aquellas emociones que te impulsan o te detienen, me describieras tu participación ciudadana contra el poder que vulnera derechos en Cuba.

Siento miedo constantemente. Le he dedicado mucho tiempo a informarme y reflexionar sobre la Cuba post 59. He visto de cerca lo que la Seguridad del Estado hace y lo he padecido también. Se trata de una entidad estatal que tiene carta blanca para hacer cualquier cosa con tal de frustrar todo acto que implique pensar Cuba fuera de la lógica del Partido Comunista.

Nuestro país está gobernado hace 62 años por un sistema que llegó al poder por la fuerza y que además dio sus primeros pasos faltando a una promesa e instauró una ley criminal. La promesa fue convocar a las elecciones libres que nunca sucedieron, y la ley: la pena de muerte —que antes de 1959 no existía—. De un mandato con esas bases y de sus servicios de inteligencia se pueden esperar las cosas más terroríficas.

Por supuesto que tengo miedo, pero ese miedo no es mayor que el que le tengo a no ser yo mismo. Yo hago lo que aprendí, lo que me enseñaron mis padres y los buenos maestros que alguna vez me tocaron. Me enseñaron que mentir está mal, que imponer está mal, que la libertad de unos a costa de la falta de libertad de otros, es la verdadera dictadura. Me enseñaron a ser yo mismo y a que el miedo sea un motivo para dar el paso y después, otro más.

[1] Ver en: https://www.facebook.com/27Ncuba/posts/176649367627188

 

*Julio Llopiz-Casal (La Habana, 1984). Artista visual que trabaja la instalación, el performance, la fotografía, el video, el diseño y la escritura. Su proceso creativo consiste en traducir estados de ánimo en imágenes, desde nociones como la historia, la cultura de masas y la poesía. Es licenciado en Historia del Arte por la Universidad de La Habana (2011). Ha participado en las muestras colectivas; Tócate; Galería Habana, La Habana (2013); La parte maldita; Embajada de Noruega, La Habana (2013); Landlord Colors: On Art, Economy, and Materiality; Cranbrook Art Museum, Detroit (2019); Cada forma en el espacio es una forma de tiempo que se escapa; Estudio Dagoberto Rodríguez, Madrid (2020). Sus obras se encuentran en colecciones como la del Cranbrook Art Museum, Detroit. U. S; la de Eva-Lotta Holm Flach (Flach Galleri) Stockholm, Sweden; Michael Delahunt. Colorado, U. S; Wendy Fritz (H is for House) Miami, U. S.; y Laura J. Mott. Detroit. U. S.